sábado, 12 de enero de 2008

Carta abierta a un joven oficial del Ejército Argentino

Escribo estas líneas a mis compañeros y a mis subalternos. Por eso voy a tratarlos con la confianza con que se trata a los amigos. Al fin y al cabo, hemos forjado toda una vida con valores compartidos, unidos en esa maravillosa vocación que es la carrera militar.

Si, yo sé muy bien cual es tu pensamiento y sé que en tu corazón están grabados los mismos ideales que tuvo el ejército a lo largo de su historia. Se muy bien que te duele la patria. Que sufres en silencio por tus camaradas presos. Que quisieras hacer algo por ellos, pero no aciertas a encontrar el camino más adecuado para lograrlo.

No comparto la visión de aquellos que te acusan de cobarde. Algunos preferirían que tomaras otras actitudes. Sin embargo yo te comprendo. Porque he pasado por las mismas incertidumbres, sin acertar en encontrar las respuestas pertinentes. Te prepararon para otra guerra… y no entiendes como reaccionar en la prolongación jurídico - política de este viejo conflicto interno.

Muchos de los que te recriminan, tampoco te prepararon para el escenario actual. Incluso algunos, cuando hace algunos años te pintaste la cara para defender a tus camaradas, en su momento te acusaron de sedición. Sin embargo, no es hora de pasar facturas. Es hora de encontrar soluciones en forma integrada. Como el 23 de enero de 1989. ¿Lo recuerdas, verdad? Todo el Ejército Argentino se encolumnó a combatir al enemigo terrorista. Leales y carapintadas… oficiales, suboficiales y tropa… retirados y en actividad se unieron a la lucha. La hora de las intrigas y de las divisiones había pasado. Era la hora de la metralla… y para eso sí estabas preparado.

Te escribo para ayudarte a encontrar soluciones. Para pedirte que no te dejes seducir por el canto de sirenas que tratan de fracturar la continuidad histórica de nuestra institución. El ejército ha sido, es y será uno sólo. El de las guerras de la independencia, contra el Brasil, el de la Triple Alianza, el de las campañas contra los indios, de la guerra contra el terrorismo marxista, el de Malvinas, el de las Misiones Internacionales de Paz. Ya sé que lo sabes… perdona que te lo recuerde… no quiero subestimarte. Pero me preocupa que esta estrategia del enemigo encuentre un campo fértil en tu mente.

Tal vez te preguntes porqué te escribo en este momento. Paso a explicarme. El 5 de febrero, cuando todavía el sol caliente del verano tiña de alegría el período de licencias, un hecho terrible se iniciará en la ciudad de Corrientes. No puedes desconocerlo. Tampoco puedes permanecer indiferente. Ese día, varios camaradas comenzarán a ser juzgados en juicio oral y público por su actuación en la guerra de los 70. Entre ellos, dos soldados a quienes seguramente conoces. Porque crecieron profesionalmente a tu lado. Porque tal vez tuviste la suerte de servir a su mando o quizás porque aprendiste de sus manos los secretos de la vida militar en algún instituto de formación.

Me refiero a los Coroneles Losito y Barreiro, que en el momento de los hechos por los que están siendo juzgados, eran un teniente y un subteniente del Ejército Argentino. Sí, escuchaste bien… como ese subteniente que camina por el cuartel soñando con ser un gran capitán. Lleno de ilusiones y de esperanzas. Dispuesto a todo por el bien de su patria. Tenían no más de 24 años. Totalmente alejados de las intrigas palaciegas del poder. Eran soldados… no eran políticos. Habían sido formados para cumplir órdenes en el combate. Y aquello no sería una excepción. Dejemos de lado las acusaciones concretas. Nada de lo que hicieron lo hicieron por fuera de la institución. Está de más que te lo recuerde. Los conoces bien. Has compartido momentos junto a sus familias. Sabes de sus historias. De su probado valor en combate. De sus condiciones éticas para ejercer el mando. Podrán decirte cualquier cosa… pero tú bien sabes que no son asesinos.

Por eso te escribo en estas horas. Cuando hace algunos años aparecía asesinado un fotógrafo en proximidades a Pinamar, todos los medios insistían y siguen insistiendo con aquello de “No te olvides de Cabezas”. Hoy quiero pedirte como soldado que no te olvides de Barreiro, de Losito, de De Marchi, de Piris, de Reynoso. Tenlos presente en tu pensamiento, en tus oraciones, en tus conversaciones, en tus planteos a la superioridad.

En líneas generales, los mandos del ejército han elegido la estrategia del silencio. Quizás con la finalidad de evitar males mayores y preservar al conjunto, han decidido abandonar a su suerte a los blancos elegidos del enemigo. Tal vez sea una decisión políticamente correcta. Pero yo prefiero seguir pensando como soldado.

Permíteme que te recuerde una anécdota de guerra. Seguramente la conoces, porque pasó en la guerra de Malvinas. Un joven teniente, obligado a replegarse a posiciones en la retaguardia, debe dejar en el campo de combate a uno de sus hombres, mal herido e imposibilitado de continuar el movimiento por propios medios.

¿Qué momento para el joven oficial? Les había prometido a sus hombres que nunca los abandonaría… sin embargo la situación lo superaba. Mirando a los ojos al herido, mientras le dejaba agua, alimentos y municiones, en presencia de otros asustados combatientes, le dijo: “Quédese tranquilo… aguante en el puesto. Yo repliego al resto de la sección y muy pronto vuelvo por usted. No tenga miedo… le doy mi palabra que no lo voy a dejar solo”. Temblando de frío y de miedo, aquel hombre se aferró a su fusil, con la confianza puesta en la promesa del teniente. “Vaya tranquilo… jefe… yo aguantaré hasta su regreso”.

Y la historia continúa. Gracias al cielo, la masa de la sección completó el repliegue y a la mañana siguiente estaban todos a salvo. El peligro había pasado, el infierno de la muerte había quedado lejos y todos agradecían el estar vivos. Una terrible lucha interna se adueñaba del jefe de sección. Recordaba su promesa, pero aquella era opacada por el recuerdo de las explosiones, los disparos, la sangre y los muertos. También pensaba en su futuro y en su familia. En su razonamiento también influía otro elemento. Su soldado abandonado había quedado mal herido. Lo más lógico era pensar que hubiera muerto ¿Tenía sentido arriesgar su vida por una simple promesa? Lo mejor sería preservarse para futuras operaciones.

Dos hombres de su sección lo sacaron de sus reflexiones. “Jefe ¿cuando salimos a buscar a nuestro compañero? ¿No habrá olvidado su promesa?” Las palabras de sus hombres le sonaron como una cachetada en pleno rostro. Intentó primero una explicación convincente: que ya nada podía hacerse, que seguramente ya estaba muerto, que era conveniente preservar el poder de combate para futuros enfrentamientos.

“Pero él nos está esperando”, fue la lacónica respuesta de sus soldados. “Usted le dio su palabra”… “¿Cómo podremos volver a confiar en usted si ahora lo dejamos abandonado?”.

La confianza de sus hombres… no lo había pensado de esa manera. En última instancia, el valor de una fracción dependía de su cohesión y esta descansaba en la confianza que inspiraba en su gente. Si ella desaparecía… todo se venía abajo.

Fueron estas sencillas palabras de sus soldados las que hicieron de ese joven oficial un héroe. Porque sobreponiéndose al miedo, salió con algunos de sus hombres a cumplir su promesa. Por supuesto que no fue fácil. Hubo que sortear peligros y dificultades. Por momentos no encontraban el camino. Pero finalmente llegaron y las palabras del herido le hicieron comprender a ese teniente lo correcto de su decisión. “Gracias… jefe… yo sabía que usted no me dejaría abandonado”… y los ojos del teniente se llenaron de lágrimas y el pequeño gran jefe nunca estará suficientemente agradecido a esos dos subalternos, que casi lo obligaron a asumir sus responsabilidades.

Perdona que me haya extendido en este relato de guerra. Pero sirve acabadamente para pintar tu responsabilidad en el momento que nos toca vivir. Hoy los abandonados en el campo de combate son los presos. Han sido abandonados a su suerte por una conducción que no acierta a comprender la magnitud de los efectos negativos de la decisión que han tomado. Necesitan como el teniente de nuestra historia, que los subalternos le recuerden a los mandos, la necesidad de cumplir con la palabra, de ser fieles a la historia… necesitan recuperar la confianza perdida… y tu tienes una grave responsabilidad en esta función.

Habrá quienes te digan que la política institucional de la fuerza por el tema derechos humanos es algo que le compete exclusivamente al Jefe de Estado Mayor. Lo escuché personalmente de boca de un general que con mucha energía pretendía cortar todo diálogo en relación a este tema. Son las excusas del joven teniente. Necesitan calmar su conciencia. Hubo un pensador que dijo que la guerra era algo demasiado importante para dejarla en manos de los generales… Lo mismo puede decirse de la respuesta institucional en el tema derechos humanos. Es demasiado importante para dejarla exclusivamente en manos de la superioridad.

Con respeto, con altura, no dudes en presentar tus inquietudes. No temas en hablar abiertamente de estos temas. El negar la existencia de un problema no le brinda solución. Asume tu compromiso. Un amigo ha definido el tiempo presente como la hora del testimonio. Esa es tu función. Dar testimonio donde te toque estar. Con tus superiores y tus subalternos… también con tus pares. No dejes pasar un solo día sin recordar a los camaradas presos. Sin hablar de ellos. Sin pedir a tus superiores aclaraciones al respecto. El general que exigía silencio en estos tópicos ya no está en la institución… pero tu continúas. Los errores cometidos por esta superioridad serán heredados por tu generación en un futuro cada vez más cercano.

Finalmente, si está a tu alcance… no dejes de visitar a los camaradas en desgracia. Algunos están en el Penal Militar de Campo de Mayo, otros en el Penal de Marcos Paz, los menos, en unidades militares. No necesitas permiso para ello. Nadie te puede negar ese derecho. Ellos lo necesitan… tu sabes que no son delincuentes. El enemigo cuenta con tu “excesiva” prudencia para quebrar su voluntad. No los dejes solos… Ellos estarán bien si saben que cuentan con tu apoyo, con tu afecto, con tu reconocimiento. El enemigo disfruta de tu indiferencia. No les des el gusto a los viejos terroristas disfrazados de adalides de los derechos humanos. Piensa y actúa como soldado… como lo que eres… sabiendo que nunca se puede dejar abandonado a un camarada en campo del enemigo. Tu testimonio es importante… y aunque inicialmente les moleste… en algún momento, hasta quienes hoy insisten con tu silencio te lo agradecerán.

Mientras tanto, los detenidos siguen esperando poder decir estas palabras: Gracias… jefe… yo sabía que usted no me dejaría abandonado. Y tal vez, como el teniente de nuestro relato, los jefes necesitan de varios subalternos que les recuerden el valor de la palabra empeñada. Y a mi humilde entender, esa es tu responsabilidad en la hora presente.

Mayor ® Pedro Rafael Mercado

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