miércoles, 20 de febrero de 2008

DOLOR, IMPUNIDAD Y DISCRIMINACION

Días atrás, nuestro país vivía otro de los incontables hechos de vandalismo salvaje y delincuencia irracional que descansan en la impunidad beneficiada por el dolor aparentemente gozado sólo por algunos.

El templo religioso de millones de argentinos fue profanado por un grupo de mujeres que, cubriendo sus cabezas con un pañuelo blanco, pretendieron extorsionar al gobierno porteño para que libere fondos a favor de su fundación (Madres de Plaza de Mayo).

El estruendo de los bombos hicieron vibrar las paredes de la catedral; los cánticos signados por el odio inherente a la ideología que profesa la citada agrupación invadieron el salón; algunas voces aseguran que el sagrado templo fue hasta usado de baño por el grupo invasor.

Lo cierto es que la ilegalidad manifiesta del accionar de la fundación de Hebe de Bonafini, una vez más ha sido esquivada por los ojos de la selectiva justicia argentina.

¿Es que acaso en nuestro país el dolor legitima la ilegalidad?
Lo importante aquí no es el dolor en sí, sino quién es el propietario de ese dolor.

¿Qué sucedería acaso si víctimas del terrorismo marxista perpetraran vandalismos similares a los descriptos anteriormente? Seguramente no sólo terminarían tras las rejas, sino que también serían sepultados por la comprada prensa oficialista.

La quiebra de valores que con naturalidad se respira en nuestro país, relativiza la delincuencia según de quien provenga.

La justicia de no ser igual para todos, se transfigura en una suerte de justicia selectiva, lo que es igual a una injusticia. En estas penosas condiciones se encuentra nuestro sistema judicial.

Sin dudas el máximo referente de impunidad por dolor (selectivo, por supuesto) es la titular de la asociación Madres de Plaza de Mayo, la mediática, pero no menos verborrágica, Hebe de Bonafini. Para ella la ley no parece existir, a punto tal que encabezó hace no mucho un acto homenaje al terrorismo colombiano de las FARC, donde disertaron los terroristas Rubén Batalles (ERP) y Eduardo Soares (Montoneros).

Las constantes reivindicaciones al terrorismo vieron materializarse en otra oportunidad en el famoso grito “¡Viva ETA!”, en la España que aún lloraba la muerte de Ernest Llunch.

Recuerdo muy bien que hace poco más de un año, cuando cursaba el último año de la secundaria, llevaron a mi curso a ver el filme “La noche de los lápices”. Al terminar la película, señalé que la historia allí narrada había sido desmentida por sus propios protagonistas, que el boleto estudiantil vigía desde 1975 y que Pablo Díaz no había sido el único sobreviviente. En ese momento fui amordazado por un profesor, quien me amenazaba de denunciarme por apología del delito.

No puedo evitar preguntarme qué le toca entonces a Hebe de Bonafini, quien festejara el 11 de Septiembre el atentado a las Torres Gemelas (donde resultaron muertas 4.000 personas), expresara públicamente su deseo de que el Papa Juan Pablo II ardiera en el infierno y afirmara desde la Universidad de las Madres “¡socialismo o muerte, socialismo o muerte! Es una consigna que cada día me gusta más (…) la gente dice ‘ay, pero las armas’. ¡Caramba! Con zapallitos, no vamos a poder hacer la revolución (…) nos tenemos que hacer revolucionarios, entonces, preparémonos para ser revolucionarios. A prepararnos para ser revolucionarios; a prepararnos para armar el socialismo; a prepararnos para hablar de combate. Y a prepararnos también, para usar las armas, por si alguna vez es necesario” (agosto de 2002).

Tomando palabras de Arturo Larrabure, hijo del Cnel. Argentino del Valle Larrabure, secuestrado, torturado y asesinado por la banda terrorista ERP, podemos concluir que “el dolor ante la pérdida de un ser querido es personal e intransferible”. En nuestro país este sentimiento parece ser privilegio sólo de algunos, que se aprovechan sistemáticamente de él para decir y hacer lo que quieren, gozando de la más descarada impunidad.

Agustín Laje Arrigoniagustin_laje@yahoo.com.ar

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