viernes, 7 de noviembre de 2008

Los prisioneros de guerra y sus familias

María Lilia Genta

"No podemos estar en otra parte, no podemos ya estar distraídos"
Paul Claudel

No encuentro otra forma de expresarme que no sea espontánea. Escribo como hablo. Intento un estilo claro, ordenado, objetivo y distante de las emociones, pero fracaso. De todas maneras hay otras personas que lo hacen con solvencia y todas las formalidades de rigor. Entonces, sigo “a mi manera”. ¿Cómo cambiar el estilo, si el tema que me corroe las entrañas es el dolor de mis amigos? “Entraña y estilo” predicaba el joven español -político poeta- que aprendí a amar al lado de mi padre. No podía imaginar a los ocho años que Dios le tenía destinada a mi padre una muerte semejante a la de José Antonio.

Este tema, el de los prisioneros políticos, sus familias, de los jueces prevaricadores que simulan juzgarlos, de los testigos falsos, de la indiferencia (sobre todo la de la Jerarquía Católica salvo las excepciones que confirman la regla) resulta ya insoportable. Taparse los oídos, cerrar los ojos, “despegar” de esa rémora incómoda, de esa presencia lacerante, de la realidad de este dolor tan actual, no es lo que, a mi juicio, corresponde. Aquí sí que cobran sentido las palabras de Claudel: “El dolor es una presencia que exige la nuestra. Una mano nos ha atrapado y nos retiene. Ya no podemos escapar, no podemos más estar en otra parte, no podemos ya estar distraídos”.

No puedo estar de acuerdo con los que nos recomiendan “despegar” porque resulta “políticamente incorrecto” dar testimonio de estos hombres que nos defendieron en los setenta, abandonando a sus familias, dejando solas a sus mujeres en la educación de los hijos. En distintos ambientes me han escuchado decir, mejor dicho clamar, y no del modo reposado y prudente que conviene a una anciana señora: nunca me “despegaré” de los presos y sus familias. Si bien en los setenta los familiares de los muertos y heridos tuvimos el máximo dolor, ahora, y desde hace varios años, son los prisioneros de guerra y sus familias los que tienen el “patrimonio del dolor”. Entiendo que a las “víctimas” nos tienen un cierto respeto falaz. No se nos animan demasiado… por ahora, porque a ellos, los enemigos de ayer y de hoy, les resulta “políticamente incorrecto” menear la jaula en la que estuvo preso Ibarzábal, el pozo donde habitó Larrabure, la sangre y la masa encefálica de Sacheri derramándose sobre su mujer y sus hijos dentro del auto, ni tampoco mi padre cayendo acribillado sobre el asfalto mientras intentaba concluir la señal de la cruz. No dudo de que Kunkel, Bonasso, Duhalde, Taiana, Vertbinsky y hasta los “truchomontos” Kirchner, nos harían pomada por puro odio. Alguien, con algo de seso, los contendrá con un “no es bueno que la opinión pública refresque la memoria”.
También creo que muchos amigos consideran, con la mejor buena fe, que podemos “lograr más” si “despegamos” de presos y familias. Que así ayudaremos más a la “causa” y en un futuro -lejanísimo- incluso a los presos.

Quizás me equivoque, quizás tendría que lograr ser “políticamente correcta”, pero no puedo. ¿Puedo “despegarme”, acaso, del “Alférez” Estrella visitando a mi padre lo que me remonta a la infancia? ¿Puede “despegarme” del “Cadete” Diedrichs a quien le abría la puerta cuando llegaba de uniforme los sábados a las tres de la tarde para asistir a las clases que mi padre dictaba para cadetes? No quiero seguir enumerando para no olvidarme de nadie estrechamente ligado a nuestras vidas. Hay los que están en ellas desde la época de mi padre; hay los que fuimos encontrando nosotros, mi marido y yo, porque con ellos compartimos destinos militares, la vecindad de los barrios militares; hay, finalmente, los que hemos conocido en estos tiempos de lucha en misas, actos, reuniones, vía crucis. ¿Cómo “despegar” de las familias, de sus esposas, de sus hijos, de sus nietos si sabemos que sufren toda clase de “discriminaciones”, persecuciones y vejaciones de toda clase?

No creo ser la dueña de la verdad. Entiendo, aunque no las comparta -en este tema contingente y opinable- posiciones distintas de la mía. Siempre he sostenido, y esto sí lo afirmo “objetiva y formalmente”, que la guerra fue una, que la guerra sigue siendo una y en esa guerra están los muertos que fueron asesinados y los que murieron luchando y están los sobrevivientes que todo lo entregaron para que Argentina no fuera Cuba. No juzgo, ahora, políticamente al gobierno del Proceso. Eso exige otro tipo de análisis que no viene al caso.

Desde el 3 de noviembre con el “caso” Olivera, teniendo frente a mí a su familia, sentí que se renovaba ese dolor que corroe mis entrañas; y sentí como nunca que mi estilo es este y no puede ser otro, que respetando a todos yo no puedo ser “políticamente correcta”. En cuanto al aspecto religioso, teniendo en cuenta lo que enseña la Iglesia, hago mi “opción preferencial” por los marginados de hoy, los prisioneros de guerra y sus familias.

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