sábado, 13 de diciembre de 2008

Sermón de un hijo sacerdote para su padre preso

Querido Papá:

Este es el segundo sermón que me escuchás. Dios ha querido que las cosas fuesen de este modo. El primero fue hace casi un año, en la parroquia San Maximiliano Kolbe, de San Rafael. Vos ya estabas “en gira”, como dicen los tanos y la familia se reunió para celebrarte una Misa.

Esta vez toca hacerla acá, tras las rejas, con la diferencia que quien la realiza es tu propio hijo.

Estaba la pregunta obligada: ¿de qué predicar? ¿Qué predicar cuando sos vos el que con tu ejemplo nos predica a nosotros sobre la paciencia? ¿Qué predicarte cuando vos nos enseñás lo que es la fortaleza? ¿Qué predicarte cuando vos con tu cruz hacés que las nuestras parezcan insignificantemente más livianas? ¿Qué predicarte, finalmente, cuando me conocés tanto como yo te conozco a vos?

En esta encrucijada de la historia que ahora nos toca vivir, en estos tiempos que debemos sortear, hablaba la otra tarde con el P. Buela y él me decía que debemos comprender ante todo, el misterio central del Cristianismo, esto es, el misterio de Cristo y Cristo crucificado.

Él, Nuestro Señor, en circunstancias análogas a las tuyas debió padecer también un juicio injusto: siendo inocente, se hizo pecado al cargar sobre sí nuestras culpas.

Hoy te toca padecer a vos una parte de esa Cruz, algunas de esas astillas que tanto duelen; sin embargo, hay una gran diferencia. Tanto vos como todos nosotros aquí presentes, NOS LAS MERECEMOS. Sí, merecemos estas cruces y mil más a causa de nuestros TANTOS PECADOS; pero no sólo por los nuestros, sino también por los de todo el mundo.

También hay otra diferencia, pero esta es entre vos y nosotros. ¿Cuál es? La diferencia entre vos y nosotros que estamos libres ES QUE A VOS TE AGARRARON, PERO A NOSOTROS TODAVÍA NO; y nosotros mereceríamos por nuestros pecados quizás muchas más cruces, cárceles y barrotes que las tuyas.

Es la Cruz el misterio central de nuestra Fe, es la Cruz de Cristo, pero no sólo eso; junto con el misterio de Cristo hay otro que le viene anejo, de la mano: el misterio del Anticristo.

Sí, el Anticristo, el que se pone al lado o “en lugar de” Nuestro Señor, para combatirlo y tratar de vencer. Si es persona o estructura, no lo sé; si es país o ideología o economía, tampoco…; lo que sí sé es que es el enemigo que viene luchando contra Cristo y los que son de él, desde la creación del mundo; y no sólo contra Cristo, sino también contra “los otros Cristos”, es decir, contra los que son verdaderamente “cristianos”. Y cada vez se manifiesta más aún, según San Pablo, por lo que debemos estar alertas y precavidos.

El “misterium iniquitatis” (misterio de iniquidad) del que habla San Pablo en la Carta a los tesalonicenses viene queriendo dominar desde siempre y cada tanto hace de las suyas cobrándose algún justo para su haber.

Y estos justos son de todo tipo: justos por haber defendido a la Patria; justos por haber sufrido por la Iglesia, su enemiga; justos por haber intentado conformar una familia verdadera… Es el precio que debemos pagar en esta vida terrena, el poco tiempo que nos resta; el precio de querer ser amigos de Cristo. (Anécdota de Santa Teresa de Ávila en la escalera: “ahora veo porqué tienes tan pocos amigos”).

Para la lucha contra el Anticristo, es importante, sobre todo, la HUMILDAD, como decía San Vicente Ferrer: el reconocernos NADA y UNA NADA PECADORA, sabiendo que por sus insondables designios Dios nos quiere hacer participar de su Cruz y de sus persecuciones, por las cuales, si las sabemos llevar como el buen ladrón, podremos alcanzar y hasta robarnos un pedacito del preciado Cielo.

HUMILDAD, aunque veamos que Dios, como dice San Pablo, “nos ha predestinado a reproducir la imagen de su Hijo (Rom, 8,29). Su imagen es la de la Cruz, la misma Cruz que Constantino viera en el cielo bajo el lema “en este signo triunfarás”.

Además, este NOS CONVIENE, porque “los sufrimientos del tiempo presente no son comparables con la gloria que se ha de manifestar”, como dice San Pablo, ya que “todo coopera para el bien de los que aman a Dios”. Pero… ¿cómo cooperará toda esta injusticia? No lo sé, no soy profeta, pero seguramente YA ESTÁ COOPERANDO y sus frutos, aunque no logremos verlos en esta vida, podremos gozarlos en la eterna.

Viejo: no te dejes vencer por el mal, antes bien, “vence al mal por el bien” (S.Pablo); “que nada te separe del amor de Cristo: ni la tribulación, ni la angustia, ni la persecución, ni el hambre, ni la desnudez, ni los peligros” (S. Pablo).

NO SOS NI EL PRIMERO NI EL ÚLTIMO. NO SOMOS NI LOS PRIMEROS NI LOS ÚLTIMOS… que debemos pasar por esta tribulación e injusticia. Que esto también te consuele.

Aprovechá a crecer espiritualmente y repetite una y otra vez aquello que me escribiste hace no más de un mes en una carta que aún conservo para mí: “AUNQUE ESTÉ PRESO, EN MI ALMA ME SIENTO LIBRE”. Es esa libertad que sólo da el saber que se está haciendo aquello que es la voluntad de Dios; es esa la libertad de quienes comienzan a gozar aquí en la tierra, de un modo misterioso, la octava bienaventuranza que Jesucristo narró a una multitud hace 2000 años y yo quise poner en mi estampa sacerdotal: “Bienaventurados los perseguidos a causa de la justicia, porque de ellos ES el Reino de los Cielos”.

Esta angustia se transformará en poco tiempo en gozo y diremos con el salmista “los que siembran entre lágrimas, cosecharán entre cantares”.
Te pido, por último, que ofrezcas estos padecimientos tuyos por todos nosotros; por mí y por estos mis compañeros de ordenación, para que podamos seguir los caminos de la Cruz con enorme fidelidad y sin temores.
De más está decirte que toda la Familia Religiosa del Verbo Encarnado está sufriendo con vos (¡si supieras cuántos han escrito o llamado, o acercádose!) y espera también algún día, compartir la gloria que Dios nos tiene preparada.

No dejes de rezar y ofrecer todo esto. Dios sólo sabe qué sacará de ello; Él quiere, como la viuda del Evangelio que leímos hoy, que sigamos rezando para que nos haga justicia; quizás así lo cansemos y algún día, como en Regina Coeli, la trampa se abra y puedas volar nuevamente como un pájaro… o un Pájaro Loco… Que Dios nos de la fortaleza y la humildad para aguantar.

Tu hijo
P. Javier Olivera Ravasi

1 comentario:

Anónimo dijo...

De corazon... apoyo tus escritos y envio mi sincero respeto a tu padre. De verdad tiene todo mi respeto a pesar de las desaveniencias de la vida.
Alejandro Coaker